jueves, 6 de marzo de 2008

Sólo un instante...

Hay días que ocurren cosas inesperadas, increibles, que le dejan a uno vivo. Ha sido de vuelta a casa, en una noche de esas que no estamos para fiestas y el poder de la responsabilidad puede sobre el de la cerveza, que no es poco. Iba caminando con Tango, hacia las postreras del día, por la calle Trajano, cuando vino a mis oidos el lejano cantar de un fandango. Echando la mirada atrás descubro que es un personaje de esos que abundan por el barrio, sin techo, sin hogar, sin comida pero con sangre. Y no vean cómo las gastaba cantando, he reducido el paso para no perderme el espectáculo, ya que esos momentos son mágicos y no hay que desaprovecharlos. El hombre avanzaba cantando, iba solo, le envolvía la alegría y eso se contagia, se pega. Al punto que me adelantaba le he saludado y le he soltado, -ole, qué arte niño!- a lo que me ha preguntado si me gustaba el cante, ¿cómo no iba a gustarme algo que sale de tan adentro? -le he respondido- y hemos continuado juntos en un momento claro de nuestra existencia, charlando sin apariencias, máscaras fuera. En agradecimiento a mi incursión, el hombre me ha preguntado por mi palo favorito, a lo que le he respondido con otro fandango. Dicho y hecho, o mejor, cantado. Me ha regalado con una de sus canciones, como si me conociera de toda la vida. El hombre en cuestión era gitano, de Madrid, del nacionalmente conocido barrio de Vallecas, acababa de cumplir nueve años de condena e iba cantando por la calle como si la vida no fuera con él o, al contrario, llevara toda la vida dentro. A mí me ha impactado y aquí doy cuenta de ello. Hay cosas en la vida que se resumen en tan sólo un instante. Ole, por ese gitano..!