sábado, 5 de mayo de 2007

Cuestión de elección

Cambiar de vida no es fácil. Y es que al ser individuos acostumbrados a la rutina, caemos irremediablemente en la monotonía, siendo después incapaces de salir de la comodidad de una vida ya aprendida. Lo realmente fácil es adquirir hábitos, que en su versión negativa llamamos vicios. Una vez han sido adquiridos y aprendidos, ardua es la tarea de desprenderse de ellos, pero no imposible.

Los cambios, en este sentido, son más lentos; se trata, en definitiva, de desandar lo ya andado con el inconveniente añadido de que el regreso al camino correcto es mucho más costoso. Sería comparable con escalar una montaña, donde el esfuerzo que hay que realizar es mucho mayor que el que nos exige la bajada. Yo compararía esta última con la adquisición de vicios, mientras que la escalada sería el abandonarlos. Proceso que requiere un trabajo considerable, amén del desarrollo de virtudes tales como la constancia, la disciplina, responsabilidad y, sobre todas ellas, el deseo de lograr el objetivo marcado.

Partiendo de la premisa de que la VIDA es cambio, donde todo se transforma y nada permanece, teoría defendida por el filósofo Heráclito, s. V a.C., no podemos negar que el cambio es el motor de nuestra existencia. Si todo permaneciera igual o inmutable, qué aburrimiento. Pues bien, siguiendo esta teoría, no podemos ser menos y tenemos que asumir que los cambios son necesarios para continuar la evolución, aprender y seguir viviendo, de lo contrario podemos acabar igual que la turbia y pestilente agua de un estanque. El cuerpo se tranforma víctima de cada segundo, cada minuto, cada hora y cada día de nuestra vida; el tiempo nos va arrebatando lentamente nuestra belleza, nuestra juventud y, a poco que te descuidas, se nos ha ido la vida en forma de un último suspiro, anhelo de un lejano recuerdo que nos relega al olvido. Pero por otro lado nos regala sabiduría, experiencia y momentos vividos que nos sirven para crecer como individuos.

La naturaleza tiene su modo particular de cambiar, regida por las estaciones y marcada por un carácter cíclico, basado en las condiciones o circunstancias físicas específicas, que le afectan en mayor o menor grado, pero que son la causa de su tranformación. Estas circunstancias físicas, que permanecen inalterables, serían la cercanía o lejanía del astro dador de vida o el sol. Pero si hay algo que nos diferencia de este caso es que el individuo puede variar sus condiciones físicas a placer, es capaz de modificar su entorno y condicionarlo para adaptarlo a sus necesidades. En definitiva, el individuo puede ELEGIR, algo que ni el tiempo, en su constante desarrollo lineal puede hacer.